Así hablaba Zaratustra:
Cuando contaba con treinta años,
Zaratustra —legendario filósofo persa, cuyo nombre en español es
Zoroastro, quien se cree vivió en el siglo VI a. C.— decide retirarse a
la soledad de la montaña, acompañado solamente por sus dos animales
heráldicos: el águila, que simboliza el orgullo, y la serpiente, la
sabiduría. Durante su voluntario retiro, adquiere conocimiento y un día
considera que ha llegado el momento de bajar a predicar a los hombres.
Al
llegar a la ciudad, encuentra al pueblo reunido en el mercado y "comete
la gran tontería" de hablar a todos, que es como no hablar. Su fracaso
es total y el pueblo se burla de él. Desde entonces, por lo tanto,
Zaratustra buscará discípulos a quienes dirigir sus discursos, que en
esencia son desafíos a los antiguos ideales y creencias.
El tema
central de la primera parte es la muerte de Dios, ser cuyo peso —dice—
ya no debe abrumar al hombre a fin de ser libre para conquistar, no "el
otro mundo", sino este mundo suyo. Luego de explicar de qué manera debe
realizarse la evolución del espíritu humano (las tres transformaciones),
siguen disertaciones donde ataca las virtudes que actúan como
adormideras de esa evolución: "la tranquila somnolencia de la moral", la
aridez libresca de una cultura sedentaria, el ascetismo, etc.; en
cambio, exalta la guerra, la amistad, la vida, conceptos con sentido en
sí mismos y, en fin, la generosidad de la sana virtud dada.
Al
terminar la primera serie de sus discursos, Zaratustra se despide de sus
discípulos y vuelve nuevamente a la soledad de las montañas. Sus
últimas palabras son: "Muertos están todos los dioses; ahora queremos
que viva el superhombre."
Después de meses y años, Zaratustra vuelve a
predicar. El tema básico de la segunda parte es la voluntad de poder,
por ello, al principio ataca a quienes se oponen a esa voluntad: los
compasivos, los sacerdotes, los virtuosos, los sabios famosos, la
chusma, los poetas. Todos ellos —dice— sienten aversión por la vida;
están dominados por el espíritu de la venganza. Y luego de algunos
capítulos de tono lírico, aparece un esbozo del hombre liberado de ese
espíritu vengativo. El capítulo final de esta parte hace emerger, como
un monstruo, el pensamiento del eterno retorno, a desarrollar en su
siguiente prédica. Por la noche, de nuevo se retira solitario.
El
tema de la tercera parte es, como se ha adelantado, el pensamiento del
eterno retorno. Zaratustra se embarca y, durante la travesía, narra a
los marineros su sueño más reciente "de la visión y del enigma", que
produce un terror especial por el misterio y por su significado
inefable, inexpresable. Mezclado con frecuentes intermedios líricos de
gran valor poético, este pensamiento del eterno retorno aflora una y
otra vez en esta parte. Zaratustra celebra ahora la inconsciencia de la
felicidad, canta las potencias naturales y la victoria sobre la
melancolía, pide a los hombres despojarse de su "gravedad" y,
finalmente, dicta sus nuevas tablas de valores, que derriban los
antiguos conceptos sobre el bien y el mal e invoca a la eternidad en
nombre de la alegría.
Muchos años y muchas lunas han pasado sobre el
alma de Zaratus¬tra cuando comienza la cuarta parte. De nuevo está en la
soledad de su caverna; sus cabellos se han vuelto blancos. De pronto
llega a él un grito de angustia: procede de criaturas, símbolos de
antiguos valores ya caducos: un adivino (el tedio de la vida), los reyes
(la falsedad del poder), un "concienzudo del espíritu» (el veneno del
positivismo), un mago (la fantasía esclavizante), un papa errabundo (la
muerte de Dios), el más feo de los hombres (el rencor asesino de Dios),
un mendigo voluntario (la búsqueda de la felicidad), el viajero y la
sombra. Zaratustra saluda a éstos, los hombres superiores, y celebra con
ellos “La cena” y “La fiesta del asno”. Sin embargo, pronto se sienten
presos de una duda angustiosa. Zaratustra no experimenta compasión por
ellos y los expulsa. No es a ellos a quienes aguarda en sus montañas;
entona entonces un canto de embriaguez, de afirmación y de fe en el
eterno retorno, donde invoca "la profunda eternidad". Y luego, en la
radiante mañana, superada su última tentación, Zaratustra abandona su
caverna y parte con destino desconocido, "ardiente y fuerte como un sol
matinal que viene de oscuras montañas".
La filosofía de Nietzsche
expuesta en esta obra, a pesar de constituir una negación virulenta de
las -normas y hábitos tradicionales de pensamiento, trata más bien de
llamar la atención sobre los débiles fundamentos de nuestras creencias y
es, sobre todo, una vigorosa reacción contra el conformismo dominante.
Dejando
de lado su contenido filosófico —con el cual podemos libremente
concordar o disentir—, Así hablaba Zaratustra está conside¬rada como una
de las obras maestras de la literatura alemana por su estructura, la
unidad de su pensamiento, la riqueza de su estilo y la poesía que domina
en numerosos pasajes.